jueves, 9 de mayo de 2013

Los hombres no deberían roncar


Ok, tienes por primera vez en tus aposentos a ese hombre, al que deseabas desde que lo conociste y que por esas casualidades de la vida, o la alineación de planetas, terminaste teniendo sexo con él. BINGO!

El problema viene cuando NO estás acostumbrada a dormir acompañada y te percatas que el sujeto no tiene ninguna intención de marcharse. Es más, da por hecho que dormirán juntos. Y claro, decirle que se vaya puede herir su prestigioso ego y para qué entrar en problemas tan luego, digo yo.

Y aquí vamos con lo que nos aqueja. Está comprobado que el 99,9% de los hombres que han pasado por mi habitación ronca. Lo que se traduce en:

1.- Desvelarte. No puedes dormir y tu mente en vez de concentrarse en Morfeo hecha a volar cada uno de los pensamientos más escondidos de tu ser.

2.- Escucharlo. Yo creo que para ningún hombre debe ser agradable que lo oigan roncar tan detenidamente, pero, qué opción tienes?

3.- Analizas su ronquido. Tu insomnio te lleva a compararlo con los de sujetos anteriores y es ahí cuando concluyes que existen 3 tipos de ronquidos:

-          El fuerte. Ese que te deja pegada al techo con cada exhalación y sientes que deberás pedirle disculpas hasta a los vecinos por tan bochornoso momento.

-          El suave. Ese que suena como pitito. Un acorde agudo del cual, dado a tu desvelo, no sabes si reír o llorar. Pues, a esas alturas ya nada te hace gracia.

-          El infartante. Ese que a saltos te indica que en cualquier momento el hombre se nos va al patio de los callao’s. Y entras, por si fuera poco, en una fase de preocupación constante para moverlo cuando su respiración se detenga, mientas claro, él ya va en su quinto sueño y tú ahí.. Valor!



Entonces, pasan las horas, duermes poco, te idiotizas. Analizas el próximo encuentro, o le dices que quieres dormir sola y tan “amigos de cama” como antes. O te preparas para repetir todos estos pensamientos a altas horas de la madrugada, (siempre y cuando su desempeño en la cama valga la pena), o por último, aplicas la vieja técnica y la única que tienes a tu alcance: Te acercas un poco hasta que lo tocas de manera poco suave, digamos que “sin querer”, con el fin de que aunque sea por unos minutos detenga la locomotora que  lleva dentro. Pero cuando eso falla, fracasaste como amante.

Acaso no basta con tener que lidiar con el sueño liviano, con dolores menstruales, con la depilación, con pelear con tus hormonas, como para que más encima debas soportar tan castigo divino? Porque digámoslo, si Dios nos mandó este mal necesario llamado HOMBRE y más encima con este “detalle”, es porque claramente, nos quiere perjudicar en la tierra y en la cama.

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