Ok, tienes por primera vez en tus aposentos a ese hombre, al
que deseabas desde que lo conociste y que por esas casualidades de la vida, o
la alineación de planetas, terminaste teniendo sexo con él. BINGO!
El problema viene cuando NO estás acostumbrada a dormir
acompañada y te percatas que el sujeto no tiene ninguna intención de marcharse.
Es más, da por hecho que dormirán juntos. Y claro, decirle que se vaya puede
herir su prestigioso ego y para qué entrar en problemas tan luego, digo yo.
Y aquí vamos con lo que nos aqueja. Está comprobado que el
99,9% de los hombres que han pasado por mi habitación ronca. Lo que se traduce
en:
1.- Desvelarte. No puedes dormir y tu mente en vez de concentrarse
en Morfeo hecha a volar cada uno de los pensamientos más escondidos de tu ser.
2.- Escucharlo. Yo creo que para ningún hombre debe ser
agradable que lo oigan roncar tan detenidamente, pero, qué opción tienes?
3.- Analizas su ronquido. Tu insomnio te lleva a compararlo
con los de sujetos anteriores y es ahí cuando concluyes que existen 3 tipos de
ronquidos:
-
El fuerte. Ese que te deja pegada al techo con
cada exhalación y sientes que deberás pedirle disculpas hasta a los vecinos por
tan bochornoso momento.
-
El suave. Ese que suena como pitito. Un acorde
agudo del cual, dado a tu desvelo, no sabes si reír o llorar. Pues, a esas
alturas ya nada te hace gracia.
-
El infartante. Ese que a saltos te indica que en
cualquier momento el hombre se nos va al patio de los callao’s. Y entras, por
si fuera poco, en una fase de preocupación constante para moverlo cuando su
respiración se detenga, mientas claro, él ya va en su quinto sueño y tú ahí..
Valor!
Entonces, pasan las horas, duermes poco, te idiotizas.
Analizas el próximo encuentro, o le dices que quieres dormir sola y tan “amigos
de cama” como antes. O te preparas para repetir todos estos pensamientos a
altas horas de la madrugada, (siempre y cuando su desempeño en la cama valga la
pena), o por último, aplicas la vieja técnica y la única que tienes a tu
alcance: Te acercas un poco hasta que lo tocas de manera poco suave, digamos
que “sin querer”, con el fin de que aunque sea por unos minutos detenga la
locomotora que lleva dentro. Pero cuando
eso falla, fracasaste como amante.
Acaso no basta con tener que lidiar con el sueño liviano,
con dolores menstruales, con la depilación, con pelear con tus hormonas, como
para que más encima debas soportar tan castigo divino? Porque digámoslo, si
Dios nos mandó este mal necesario llamado HOMBRE y más encima con este “detalle”,
es porque claramente, nos quiere perjudicar en la tierra y en la cama.
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